Gobernar es una totalidad, una interconexión entre valores, ideas, ideologías, hechos, obras, políticas, relaciones políticas, económicas, sociales y administrativas; se podría decir, que incluso, es cultura. Gobernar es conectar el cerebro de los ciudadanos con sus corazones. Es aliento, esperanza, memoria y olvido. Es enaltecer a la patria, aumento de emociones, deseos de cambios, nostalgias de tiempos idos. Sobre todo, saber comunicar la esencia del gobierno, sus retos, sus realizaciones, sus porqués, glorias, sinsabores; sus elementos por lo que deberá ser recordado.
Es también deseos de libertad, de mejora, de felicidad, de justicia. Todo esto es el gobierno. El gobierno como dominación es algo arcaico, simple, hasta grosero. El gobierno como fuerza y coacción es simplemente negarse al arte de la gobernanza. Es negarse a usar la imaginación y a la creatividad para resolver los problemas que aquejan a la población.
Usar la fuerza y la coacción para resolver los problemas sociales, económicos, políticos, financieros y administrativos, es el camino más corto para los ineptos. Tampoco el gobierno es enaltecer egos, deseos personales, hambre de gloria, es por el contrario, sacrificio permanente para el logro del Buen Vivir de la población. En el gobierno no existen las jornadas de trabajo, los horarios, solo tareas a resolver a favor del pueblo.
El gobierno es vocación de servicio, es un apostolado, es dar sin esperar nada a cambio, solo tal vez: gracias. Por eso, solo por eso, será motivo de poesías épicas, narraciones heroicas, comunicaciones para darse conocer y tentar los corazones ciudadanas. Solo los buenos gobiernos son motivo de bellas melodías que levantan el orgullo de pertenencia. Que su estampa ilustre el libro escolar como ejemplo de virtud.
Que el propio gobernante escriba la historia de su gobierno, no como justificación, ni vanagloria, sino como memoria para las futuras generaciones como búsqueda de un lugar en la historia. Un lugar que se gana y lo otorga el pueblo libre.
Además de ello, habría que ganarse a los historiadores, narradores, periodistas, intelectuales y al ciudadano común, que a la postre, goza de los mejores juicios objetivos. Pasar a la historia es una cuestión muy ajena a deseos personales, es juicio imparcial que surge de los nudos de la inteligencia de la gente, que lo transmite de voz en voz, hasta convertirse en imaginario social.
En este paso, logra ser conciencia colectiva, memoria histórica. Lo mejor, ser leyenda y futuro, motivo de actos cívicos. Adornar con el nombre del gobernante las anchas y largas avenidas, no debe ser actos de oportunismo, de alabanzas por intereses inconfesables, muy por al contrario, debe ser producto de juicios, de reflexiones, de deliberaciones objetivas, de hechos, de derechos logrados, de libertades conservadas, de plena justicia para todos en una sociedad de méritos y de competencias, donde el Estado destaca el piso parejo e igualdad de salida.
Para todo lo anterior, al gobernante se le requiere destreza, capacidad, inteligencia, prudencia, operación política eficaz, ubicación en el campo político, además de su conocimiento profundo y exacto. Planteamiento eficiente de los problemas, estrategias bien diseñadas, métodos de trabajo en colectivo que potencian las virtudes individuales, conocimiento exacto de los obstáculos a vencer. Si se repasan las páginas de la historia, pocos gobernantes y gobernantas alcanzaron estos niveles de la historia. Estas virtudes los distinguen: haber sido consecuentes con su época, haberla entendido, conceptuado, teorizado de manera adecuado, haber seleccionado las herramientas más pertinentes y haber actuado en los momentos más en que la ocasión lo ameritaba.
En verdad, en nuestro tiempo, se necesitan de excelentes instituciones políticas y de buenos gobernantes. Es de preocupación que las clases políticas del mundo les falte estatura política y don de gentes para resolver los grandes problemas mundiales y de las naciones. Estos hechos ya obligan al establecimiento de un gobierno mundial por el bien de la humanidad.